lunes, 16 de abril de 2018

Guineanos

Cabezas de africanos. Talla en madera

La gestación de estas dos cabezas de clara filiación africana tiene su pequeña historia que voy a intentar exponeros brevemente.

Cuando yo era un niño, calculo que de siete u ocho años, llegó al barrio una familia originaria de Guinea Ecuatorial. Sea por la novedad que en aquella época suponía relacionarse con alguien de su raza, sea por la simpatía y el talante natural de aquella familia —por demás sociable y afectuoso— o por la suma de ambos elementos, enseguida adquirieron considerable popularidad y se integraron en la vecindad perfectamente. Yo me hice amigo de los dos hijos del matrimonio: uno tenía mi edad y el otro un año menos, así que congeniamos enseguida.

Andando el tiempo pude enterarme de que los padres, siendo muy jóvenes, habían salido de Guinea precipitadamente, a causa de la represión de la dictadura de Macías, teniendo que pasar una auténtica Odisea para ponerse a salvo. Mis amigos contaban que a un tío suyo le habían cortado la cabeza. Sin ánimo de ahondar en más detalles escabrosos, diré que mis amigos habían nacido en las Canarias, lugar donde los padres se habían establecido al final de su aventura y en donde habían estudiado en la universidad. El padre se había sacado, por oposición, un puesto en la Hacienda Pública, así que se trataba de gente con preparación y un cierto nivel de cultura; aunque, si algo los distinguía, era, a mi modo de ver, su gran humanidad, cualidad ésta que me fueron demostrando, a lo largo de los años, con los hechos, que es como verdaderamente se comprueban estas cosas.

Un buen día, estando mi padre de visita en su casa, había tenido oportunidad de contemplar, en la pared, las cabezas talladas de «los jefes de la tribu»; un importante recuerdo, en cualquier caso, con algo de la mágia y misticismo de su país de origen. A mi padre le llamaron mucho la atención. Tanto es así que le faltó tiempo para ponerse manos a la obra y pronto, teniendo en la memoria forma y proporciones, las tuvo terminadas. Las cabezas originales eran de ébano, de modo que, para que no se diferenciaran, las pintó de negro (las que hizo mi padre son las de la foto, a la derecha del párrafo). Cuál no sería el parecido —esto lo recuerda mi padre lleno de orgullo y entusiasmo— que otro día en que el padre de mis amigos vino a nuestra casa se quedó patidifuso porque creía que eran las suyas. Calló por educación, pero, según cuenta mi padre que luego se enteró, al llegar a su casa se encaró con su mujer reprochándole que por qué le había regalado las cabezas a mi padre sin su consentimiento, dando pie a una discusión donde el uno se sentía fuertemente agraviado y la otra no sabía que pensar sino que su marido se había vuelto loco. Hasta que fueron a la pared donde estaban las cabezas que, por supuesto, no había tocado nadie.

Como podéis apreciar por las fotografías, las dos versiones (separadas por más de tres décadas, si nos atenemos a su fecha de realización) son muy disímiles entre sí. Esto no significa que mi padre no hubiera podido sacarles un mayor parecido —nada más fácil—, sino que responde, por un lado, al menor grosor de la madera utilizada en esta ocasión (las figuras se ven más planas) y, por otro, a su voluntad de atenuar ciertos rasgos que, hoy por hoy, según sus propias palabras, le parecían exagerados, poco naturales o poco «realistas». Lo cierto es que en la versión primera, con la broma de lograr que el vecino y amigo no pudiera distinguir las tallas de las que tenía en su casa, Serapio no pudo permitirse ninguna licencia ni dar margen a la improvisación. Podrá gustarnos más una u otra, pero de lo que no puede caber duda es de que la versión actual es algo más suya y personal.

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