Como es natural, todo artista elige el tema de sus obras de acuerdo con sus gustos e inclinaciones, y no es raro que un motivo se vuelva recurrente en su trayectoria si le proporciona el suficiente estímulo o le resulta atractivo desde un punto de vista personal. La maternidad que hoy presentamos cabría incluirla dentro de esta categoría de temáticas a las que mi padre ha vuelto más de una vez a lo largo de su trayectoria.
En la lactancia humana, la mujer mira al niño y es mirada por él; la mujer no es simplemente una ubre, a la cual se agarren los labios del niño y ejerzan succión. La mujer amamanta o «da de mamar» al niño teniéndolo en brazos, mirándolo, acariciándolo; lo nutre y lo acaricia al mismo tiempo. Y el niño acariciado y alimentado mira, y hay una relación estrictamente personal entre los dos [1].
La estrecha relación, el vínculo que se establece entre una madre y su retoño durante el periodo más o menos prolongado en que este último no puede valerse por sí mismo y necesita todo el cuidado y la protección que sepamos proporcionarle, está en el origen de una de las escenas más bellas y conmovedoras que pueden darse en la naturaleza. No obstante, dicha relación, pudiendo ser muy intensa, sobre todo en las especies animales más evolucionadas, adquiere una peculiar dimensión en la mujer por la capacidad que tiene, como integrante de la especie humana, de amar y, al mismo tiempo, percibirlo todo los valores y las cosas razonando. Así pues, la mujer disfruta de su maternidad extraordinariamente gracias a ese plus de comprensión del que otras especies carecen, aunque sin renunciar a cierto componente instintivo que sí comparte con ellas, de modo que esa situación en que se encuentra con su hijo en brazos, amamantándolo, se constituye en algo infinitamente hermoso para ella misma y para cualquiera que comprenda, al presenciarlo, la intimidad de una relación cuyo efecto más visible se produce en forma de caricias, arrumacos y miradas, pero que interiormente es donde adquiere, por el lado del espíritu, su mayor intensidad.
En fin, con el propósito de representar una de estas escenas, habituales entre madres y bebés, fue tallada esta Maternidad. Si por algo se caracteriza mi padre en cuanto al motivo de sus obras, es por su intento de hacer siempre algo bonito, agradable de ver. Ya hay suficiente miseria y sufrimiento en el mundo, opina, como para colgar también de las paredes una imagen desagradable. En consecuencia, este ha sido un ensayo más de Serapio con objeto de lograr algo ameno y deleitoso que llevarnos a la vista. Esperamos que, a juicio de nuestros lectores, lo haya conseguido.
OBRAS RELACIONADAS:
- Julián Marías, La mujer en el siglo XX. Alianza Editorial. El libro de bolsillo 754. Pág. 144.↑
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