Quizás sorprenda a muchos la nueva talla que presentamos hoy. Soy el primero en confesar extrañeza ante lo que ha producido, a estas alturas de su edad, la inventiva de mi padre.
En el pasado, lo más habitual ha sido que en sus obras prevaleciera la representación de algo que cautivaba su atención y su interés porque para él era bello y digno de ser trasladado a la madera, es decir, se trataba de reproducir fielmente un motivo original fijando su imagen en relieve para su propio posterior deleite o el de cualquiera que quisiera detenerse a contemplarlo. Era, salvo contadas excepciones, a la apariencia del objeto en sí —o del sujeto o de la escena o del paisaje— a lo que apuntaba su intención, y ahí está la galería de imágenes para recordarnos cuáles han sido sus logros en este sentido. Sin embargo, en esta ocasión parece evidente que su intento ha querido ir algo más allá que ofrecernos un «cuadro bonito».
De un modo algo ingenuo, tal vez, o naif, o primitivo expone esta vez, simultáneamente, dos escenas separadas por una simple línea oblicua, perfectamente visible, que separa sendas realidades radicalmente distintas: la noche y el día. En el centro, un hombre, trasunto, quizás, de todos los hombres —en resumidas cuentas, de cualquier ser humano—, se dispone a traspasar esa línea divisoria, entre medroso y decidido, dejando atrás la oscuridad con todos sus fantasmas y temores para adentrarse en un mundo luminoso y productivo.
Todo un conjunto cargado de simbolismo para decirnos algo fruto de la reflexión de quien ha vivido mucho y aún conserva o está recuperando, por fortuna para él, la mirada de un niño.
2 comentarios:
No hay duda, todo un señor artista, es un gustazo para la vista y para la imaginacion ver un trabajo de esta embergadura y dificultad, mi entera admiracion, gracias.
Me pide mi padre que te trasmita todo su agradecimiento, Carlos Augusto. Siempre es grato que alguien te dirija unas palabras de reconocimiento.
Un abrazo y un saludo.
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