Mucho tiempo ha transcurrido, más de un año, desde la última vez que pudimos ver una nueva obra en este espacio. Dada la avanzada edad del autor, a punto de cumplir 83 años, cabría pensar que la falta de estímulo, el cansancio o el desaliento, cuando no algún duro achaque o enfermedad, mantenían a mi padre alejado de su principal afición, la genuina vocación que le ha ocupado, prácticamente, durante toda su vida.
Pero nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que la obra que hoy presentamos, por sí misma y dadas sus especiales características, ha bastado para impedir que pudiera concluirla en un plazo más breve. Por tamaño y envergadura, tal vez sea una de las más ambiciosas que haya realizado; lo cual, dadas las circunstancias, le ha supuesto un enorme esfuerzo, un poco al límite de sus posibilidades. Hacía muchos años que no emprendía un proyecto de semejante calado y, verdaderamente, no le han quedado muchas ganas —y es comprensible— de volverlo a intentar. Motivos de inspiración más sencillos no han de faltarle, estoy seguro, que le permitan ir matando el gusanillo mientras tenga salud, y esperemos que sea por muchos años.
En cuanto a la técnica y procedimiento utilizados, como suele ser habitual en estos casos, comenzó por ensamblar varios tablones de suficiente grosor y con las dimensiones óptimas para llevar a cabo el trabajo. Luego de traspasar el dibujo a la madera, serró las esquinas con objeto de adaptar el contorno al diseño octogonal y procedió (de manera, como se verá, algo precipitada) a practicar en el centro un gran agujero donde se suponía que habría que encajar, una vez concluida la talla, la esfera del reloj.
El propósito inicial era adquirir un reloj de fábrica y acoplarlo con su apariencia y maquinaria original, pero sucedió que después de haberlo comprado y colocado en su sitio, estando la obra bastante avanzada, aquello no quedaba bien, no armonizaba, pedía algo más rústico o antiguo, más acorde con el estilo de la talla. Puestos a la tarea de encontrar algo que tuviera las medidas precisas y que fuera de nuestro gusto no tuvimos éxito, y eso que probamos incluso por medio de Internet.
Tras darle algunas vueltas a una posible solución, a mi padre se le ocurrió una idea que ni se le había pasado por la cabeza con anterioridad —vete a saber por qué, pues a mí se me antoja perfectamente legítima y que podía habérsela planteado desde un principio— y no es otra cosa que tallar él mismo la esfera del reloj, con su numeración y todo, como una parte más de la talla en madera. No sería la primera vez que, ante la dificultad para lograr algo por la vía ordinaria, opta por hacérselo él mismo.
Hace ya muchos años —quede esto como simple anécdota— decidió que había que cambiar los muebles de la cocina de nuestra casa porque eran de chapa y el del fregadero estaba muy oxidado, sobre todo por detrás; así que cogió y los tiró a la basura, pensando, ingenuamente, que sería ir a la tienda, elegir modelo y que al día siguiente los vendrían a instalar. Lo malo es que a la hora de pedir presupuesto en todos lados le daban unos plazos que a él le parecían astronómicos; razón por la cual, ni corto ni perezoso, resolvió comprar los materiales y hacer él toda la cocina, mesa incluída. Podéis creer que lo hizo, y con tan buenas mañas que a pesar del tiempo transcurrido los muebles aún siguen ahí y todos los que vienen a casa dan por sentado que la cocina es comprada y se sorprenden mucho cuando conocen la verdad.
Finalmente, no fue difícil comprar una maquinaria de reloj y ponerla en su sitio. Lo complicado fue ajustar la esfera del reloj después de haberla tallado. Bueno, complicado relativamente, pues, aunque a mí me lo parecía, a mi padre no le oí quejarse y sí pude apreciar que llevaba a cabo la tarea con la mayor sencillez y naturalidad. El problema era que faltaban unos milímetros para que la esfera encajara y lo que él estaba haciendo era rebajar una varilla delgada que había arrancado de cualquier árbol o arbusto de la calle —idónea, más que nada por su flexibilidad— para incrustarla uniformemente entre la esfera y el resto de la talla, y, a decir verdad, si no fuera porque ví cómo lo hacía, ahora mismo, viendo la obra terminada, no sería capaz de sospechar la existencia ahí de una varilla, ni los milímetros que faltaban alrededor, sino que, como cualquiera que contemple la obra, pensaría que la pieza, de suyo, desde el primer momento había encajado magnificamente.
Desde un punto de vista práctico, el hecho de haber tallado aparte la esfera del reloj ha tenido sus ventajas e inconvenientes. Por un lado ha sido laborioso realizar un orificio de algo más de 30 centímetros en el centro de una madera de cinco centímetros de grosor, recortar nuevamente el diámetro de la esfera en otro tablón y volverla adaptar con posterioridad; aunque, por otro lado, obviamente, ha resultado más cómodo tallar la esfera aparte; al no tener que salvar constantemente la distancia que hay hasta el centro, teniendo en cuenta las dimensiones de la obra, la labor estaba mucho más a mano, y eso facilita las cosas. Sea como sea, el caso es tener recursos para improvisar una solución a los problemas que se planteen y que al final el resultado sea óptimo. Esperamos que, al menos, os parezca satisfactorio en esta ocasión.OBRAS RELACIONADAS:
Esta obra, como todas las que figuran en esta sección, es anterior al inicio de nuestra andadura en el blog. Como puede apreciarse, no trata de un asunto ni tiene un motivo concreto, sino que fue concebido sin otro ánimo que complacerse en la pura ornamentación.
Tallado en madera de haya, excepto el marco que es independiente y está tallado en abedul. Otra obra en que el trabajo ornamental prima por encima de cualquier otra consideración.
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